Pesquisar este blog

quinta-feira, 26 de maio de 2011

LA CLAVE, EL SECRETO Y LA GARANTÍA.

¿En cuánto tiempo podré leer la Biblia?

Un joven interesado en leer la Biblia se le acercó corriendo a un biblista y le preguntó: ¿Cuánto tiempo tardaré en leer la Biblia?
- Cinco años, le respondió.
Al joven le pareció una eternidad y se quería retirar en silencio. Pero decidió preguntarle cuánto tendría que leer cada día.
- Diez minutos al día durante una semana.
Esto al joven le pareció demasiado poco, y se fue. Un día que iba al mercado se topó de nuevo con el experto biblista y dibujando una sonrisa le dijo: «He encontrado la manera de leerla en la mitad del tiempo, dos años y medio».
- ¿Cómo?
- ¡Leyendo veinte minutos diarios!
- Ese método suele funcionar una vez en la vida, en el resto suele fallar.
- ¿Por qué? Le preguntó dudando de su afirmación.
- Te contaré una historia. Un niño al que le gustaban mucho las patatas fritas empezó a calcular cuántas comería a lo largo de su vida: veinte gramos por día, por trescientos sesenta y cinco días al año, por… pongamos redondeando cien años generosos de existencia… Y le salía un montón impresionante de patatas. Al día siguiente protestó y aborreció un plato que tanto le gustaba.
- Yo no soy de esos que se desaniman a la primera de cambio. Leeré el doble y así conseguiré batir un récord en mi vida.
- Si doblas el tiempo por la noche, te llevará diez años.
- Bueno, pues entonces leeré la tarde y la noche entera…
- Entonces no acabarás de estudiarla antes de veinte años.
- No lo entiendo, dijo el joven irritado. Cuanto más me esfuerzo y más tiempo dedico más tarde conseguiré mi objetivo. ¿Cómo puede ser eso?
- Muy sencillo, le dijo el profesor con sencillez. Si te ciega un ojo el éxito de tu empresa, sólo te quedará uno para guiarte en el viaje, leer y vivir. No te desanimes, prosiguió, hay una receta que da resultados excelentes. Tú tienes la patente y la garantía.
- ¿Estaría dispuesto a vendérmela?, indagó el joven con aplomo.
- Sería muy cara. Te la puedo proporcionar a un cierto interés.
- Y ¿cuáles serían las condiciones?
- Te he dicho que la patente y la garantía de ese método eres tú, que en ti está la llave para abrir la puerta del tesoro (Mateo 13,44-45; 2 Corintios 4,7; Apocalipsis 3,20). No lo olvides nunca. Depende de cuánto estás dispuesto a arriesgar.
- Disposición no me falta.
- Entonces, vete y lee la Biblia diez minutos al día durante un mes.
El joven se marchó saltando y silbando, regresando al acabar el plazo fijado. Al encontrarse de nuevo, el biblista le dijo con una sonrisa amable: ¿Has leído la Biblia?
- Pues faltaría más y durante veinte minutos diarios.
- Yo te aconsejé diez minutos. Si quieres llegar lejos vete y empieza por diez minutos.
El joven fue y empezó a leer sin prisa y a gustar y saborear los diez minutos que le sabían a poco. Anhelaba que se acabase el mes para volver y decirle que aquello le sabía a casi nada.
Entonces, viendo que caminaba paso a paso, que eso tenía garantía de futuro, le dijo que doblara su tiempo inicial a veinte minutos por espacio de dos meses y que luego decidiera él mismo el tiempo que deseaba dedicar.
El joven se entregó con tesón y al cabo del plazo se había fijado dedicar a la lectura una hora diaria. Quería sorprender al maestro cuando le viera. Le iba a demostrar que su método era mucho más rápido y eficiente. Así que llegó sonriente y feliz con la receta en el bolso para leer la Biblia: ¡He decido hacer una hora diaria!
El biblista escuchó su respuesta sin darle mucha importancia. Se limitó a preguntarle si recodaba la historia del niño y las patatas fritas. El joven, medio distraído, dijo que sí.
- Bueno, si recuerdas la historia…, vete y pon en práctica el segundo paso.
- ¿De qué se trata?, indagó el joven con cierta curiosidad.
- Tienes que superar la prueba de la realidad. Consiste en contar diariamente con las fuerzas de cada día, con los imprevistos en el recorrido, con el cansancio del trabajo, con las prisas y cosas urgentes, con el estudio en la universidad, con atender a los hijos y otras mil cosas más… y permanecer fiel a tu ritmo de lectura diaria. Cuando hayas probado el segundo paso, vuelve a verme.

Con garantía del método
Pasó un año y al joven le parecía que así nunca acabaría de leer la Biblia y llegaba con cierto aire de tristeza. El maestro al verle le preguntó qué tal le iba y los descubrimientos que había realizado.
El joven reconoció que no era fácil ser fiel todos los días. Había días que lo hacía porque había asumido tal compromiso, otros por hacerlo, y otros en que todo aquello no le decía nada.
- Vete, ahora tienes en tu mano la patente y la garantía del método. Como las buenas cosas y productos, te informo que la garantía es de tres años o más. Bueno, en este caso podemos decir que lo puedes elevar al cuadrado o incluso si me apuras hasta cuarenta o redondeando cincuenta años y un día. Tú decides el ritmo de tu lectura y no olvides que hay otras personas que como tú también están leyendo y profundizando la Biblia. Si te decides a compartir tus hallazgos y dificultades en grupo eso te ayudará a progresar más, a crecer y a no desanimarte cuando en la vida encuentres escollos. El secreto, -añadió- está en el trabajo periódico de grupo.
- El joven avanzaba paso a paso, al ritmo de la vida, al ritmo de su corazón. Aquello le iba calando como lluvia temprana de primavera. Había descubierto que la mejor manera de llegar es ir paso a paso, muchas veces en solitario, otras cuantas caminando en grupo, sin prisa pero sin pausa, sabiendo que ¡Dios es urgente, sin prisas!
El joven volvió después de dos años para encontrar al maestro.
- ¿Has leído toda la Biblia? Le preguntó el maestro con una sonrisa llena de complicidad.
- Hago media hora diaria y me va bien.
- Te dije que tú tienes la llave y la patente y que en ti está la garantía del éxito.
- Entonces, ¿Por qué no me dejó aumentar una hora de golpe?
- Porque al llegar a los dos años de fidelidad te iba a pedir “doblar el ritmo de lectura”.
- Y ¿por qué no a la semana siguiente?
- Has olvidado la historia del niño y de las patatas fritas…
- ¡Esa, otra vez! A propósito, me dijo que me prestaba la receta y aún no me ha hablado de los intereses a pagar.
- Vete y enseña a cinco niños o jóvenes lo que has descubierto y no olvides que el secreto, la patente y la garantía del método está en ti. Tú decides el ritmo y lo que quieres hacer con tu vida… y no olvides nunca la alegría de sentir por el camino los pájaros que cantan (Marcos 4,32), la lluvia que cae, los campesinos que recogen la fruta, los niños que juegan, las mujeres que cuentan historias, los árboles que florecen… y de llevar siempre contigo una cascada de Salmos en el bolsillo, al alcance de la mano y del corazón (Dt 30,8-20): para los momentos de alegría aquí tienes un puñado de himnos de alabanza (Salmos 8; 19; 29; 100; 103; 104; 111; 113; 114; 117; 135; 136; 145; 146; 147; 148; 149;150); para los momentos de fragilidad (Salmos 5; 6; 7; 10; 13; 17; 25; 26; 28; 31; 35; 36; 38; 39;42; 43; 51; 54; 55; 56; 57; 59; 61; 63; 64; 69; 70; 71; 86; 88; 102; 109; 120; 130; 140; 141; 142; 143), y para los momentos de “¡agárrate que hay curva!” también hay un salmo del que puedes echar mano (Salmos 1; 37; 49; 77; 91; 112; 127; 128; 133; 139).

En ese jardín de los Salmos puedes encontrar un manantial de espiritualidad para tiempos difíciles y un Dios que te sorprenderá más de una vez. Prepárate para acogerlo por el camino y en las sorpresas de la vida.