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segunda-feira, 11 de abril de 2011

ESTRENANDO VIDA Y MISIÓN

Acabo de llegar a Fortaleza, estado de Ceará (Brasil), mi nueva tierra prometida. Como a Abrahán y Sara (Gn 12) también a mí el Señor me ha dado una tierra que es pura novedad. Aunque anteriormente estuve diez años en Salvador de Bahía, tras una larga etapa de once años en Barcelona(España), me siento estar nadando en un nuevo océano mucho más amplio y desafiador que el Mediterráneo.

Sabor a novedad. Calle, ruidos, música, autobuses, lengua, relaciones… Todo encierra un no sé qué de novedoso, de promesa, de desconocido, de miedo, de tentativa, de sueño, de osadía, de gozo, de sorpresa, de expectativa, de cómo saldremos de aquí, de cómo llegaré hasta allá, de cómo regresar sin perderme. Estar en una nueva ciudad tiene sus riesgos, sus desafíos, su aventura, su secreto, su fascinación, desde el canto sostenido de los gallos que a las cuatro de la mañana insisten, te acunan y te reclaman, hasta la comida con sus horarios y preparación, la organización de la jornada, el entrar en contacto con un mundo que exige escucha, apertura, acogida, fiesta, esfuerzo, trabajo, amistad, metodología nueva, contactos, burocracia sin cuento, y el descubrir injusticias, violencia y corrupción incrustadas en los rincones más insospechados…

Estrenando vida. A los dos días de llegar participé de un seminario de justicia y paz de la red CEJUPAZ, formada por misioneros combonianos y jóvenes de cinco estados diferentes de Brasil que trabajan en diferentes contextos por una cultura de paz. Era un seminario de evaluación, programación y celebración. Yo, en principio, había programado llegar después del seminario, para no llegar y lanzarme luego a la piscina, pero fue una buena oportunidad para entrar en el nuevo contexto, donde se dan situaciones tan gritantes y donde se nos llama a ser fermento de paz y justicia a partir del protagonismo de los jóvenes en los medios juveniles como son las escuelas, y a través del teatro, de la radio, de los medios de comunicación, de las redes sociales…

Un baño de multitudes. Es sábado por la tarde, a la puesta del sol la playa está abarrotada, una marea de personas acompaña el palco y las pantallas gigantes que se han instalado para el acontecimiento. Allí el sacerdote Reginaldo Manzotti, cantautor, ha congregado a la gente para el tercer Evangelizar: Un largo rato de adoración al Santísimo, seguido de cantos religiosos. Hay emoción, concentración… Un millón doscientas mil personas, según los organizadores y la policía. Al volver escucho un comentario sobre el acontecimiento, si evangelizar fuese tan sencillo así, dónde quedaría todo el esfuerzo señalado por el Vaticano II, Medellín y todo lo que dice Pablo VI en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi: “La evangelización del mundo contemporáneo” .

Estrenando misión. El domingo por la tarde fui con dos postulantes, Alfredo y Eloy, a la “pastoral con la gente de la calle”, en situación vulnerable y necesitada. Llegamos al centro de la ciudad y visitamos algunas plazas semidesiertas, plazas y cruces de caminos de los que parece hablar el Evangelio (cf. Lc 14,21). Nos sentamos en un banco esperando a una religiosa que también trabaja en esta pastoral. Con el paso de los minutos, se van acercando personas con una bolsa, un hatillo o sin nada o con la vida a cuestas. En medio de la plaza y sin muchas ceremonias se van poniendo los asuntos sobre la mesa: Situaciones de vida, de dolor y dificultades con tal persona o institución. Nos describen las dificultades para entrar en el mundo del trabajo, las cuestiones desafiadoras de la violencia, de la venta y consumo de drogas, del peligro de dormir al raso (Lc 2) y de intentar saber quién es el que está acostado a tu lado para no dormir con el enemigo inocentemente, nos comenta Albino. “La calle es muy traicionera”, añade, sabiendo muy bien de lo que está hablando.
Se acercan varias personas, nos saludan, se van. Los diálogos se suceden con toda sencillez al caer la noche. En medio de la conversación, Antonio Carlos saca a colación Moisés: su vida, su mujer, cómo tuvo que huir, sus hijos, su vuelta a Egipto para liberar a su pueblo, el encuentro con su suegro Jetró (Ex 18) y concluye compartiendo el sueño que tiene de estudiar y rehacer su vida. Otro, no recuerdo bien su nombre, expone su situación, recita unos versos religiosos que tienen toda la carga de ser autobiográficos y acaba derramando lágrimas… se aparta un poco, se sienta en un banco… luego vuelve, restablecemos la conversación. “Lo que yo busco es a Dios… poder alabarle”.

Unas treinta personas llenan aquel rincón de la plaza. Unas están sentadas por los bancos charlando, otras pasean o se van a alguna parte… llega una furgoneta con la cena. Se hace la fila sin prisas. Todos se van acercando a tomar la sopa y un bocadillo. Nos vamos a otra plaza, nuevos contactos por el camino con tres jóvenes que llevan un carro. Se paran, nos saludan. Llegamos a otra plaza. Un carro cargado de lo que han ido recogiendo a lo largo de la semana es el centro del grupo. La hermana le entrega un rosario para una persona a la que se lo había prometido. Hay gente durmiendo en los bancos. Charlamos un poco y salimos para la tercera plaza, “el dormitorio común”. Es ya la hora de acostarse. Algunos están ya durmiendo debajo de los pórticos. Otros preparan su colchón al otro lado de la calle. Uno de ellos, bastante delgado, celebra su cumpleaños: ¡cincuenta años! Aparenta muchos más. Le felicitamos, se llama Elías y como al profeta le gusta hablar de Dios y de los Salmos. Es evangélico. Busca en su mochila y vuelve con la Biblia y un libro de cánticos. Le entrega la Biblia a Eloy con estas palabras: “la carta de Dios para nosotros”, “esta es la boca de Dios que nos habla”, y le manda leer el salmo 71, especialmente el versículo 5. Lo tiene subrayado de color rojo. Le manda que comente el versículo que ha leído. Lo hace con sencillez y brevedad, pero Elías insiste: tienes que explicarme más ampliamente el sentido de ese versículo. Aquello le sabe a poco. Entro en la conversación, añado algo de mi cosecha y se queda satisfecho con la explicación (Ne 8,7-8; Hch 8,31). Luego nos apunta a uno de los jóvenes que están acostados: “Ese sí que sabe explicar bien la Biblia”. Está recostado, no se da por aludido, nos mira, sonríe, no dice nada, pero acompaña nuestra conversación con atención. “El compañero explica la Biblia de maravilla. ¡Da gusto escucharle!”, concluye Elías, mientras nos entrega el libro de cánticos y nos va indicando uno tras otro los números que quiere que cantemos. La alabanza surge espontánea a esta hora de la noche tras tantos encuentros gratuitos y significativos. Vuelve otro compañero de Elías que nos pide algunos cantos más. Se los sabe de memoria… A la luz de la luna hemos improvisado un círculo bíblico ecuménico y una alabanza al Dios de la Vida.
A algunas semanas de distancia sigo recordando, entre otras cosas, el salmo 71 que tiene un sabor todo especial, a testimonio.

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